La palabra en sí no suena bien dicha en voz alta. Pero susurrar las palabras ya demuestran su intención. Un susurro tiene intenciones secretas, eróticas casi siempre o amenazadoras a veces, pero inquietantes. La persona que susurra pretende llegar al centro de nuestras pasiones y obsesiones. Nos conmueve con el viento de su voz en el ala de la oreja y su efecto inmediato en las entretelas del alma. Es un soplo de aire cálido que va directo al cerebro sin que se entere nadie. Un envite a cometer pecados veniales. Una tentación a amar y ser amados de mil formas diferentes.
Un susurro cambia de color mil veces en un segundo y de sabor y de olor antes de que sea dicho. Se difumina en nuestra piel como un maquillaje perfecto. Se absorbe y nos nutre de deseos. El susurro no se oye, se siente; no se entiende, se digiere.
El acto de susurrar es en sí mismo poético. Implica complicidad y a la vez desconocimiento mutuo. Es un deseo de ser escuchado ocultando nuestra cara para que se oiga nuestra verdad más profunda sin intermediarios. Sin miedos. Sin reproches. En calma y sosiego. Lo dicho susurrando debe ser respetado.
Aunque no sepamos lo que signifique.