Te enseño mi vuelo para equivocar tu rumbo. Sígueme.

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Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

Ahora soy yo

Sería la tenebrosa oscuridad ladrona de luces y colores y de puntos de apoyo o sería la ausencia de voces amigas y confortables pero empecé a tener miedo demasiado pronto.
A veces la diplopia y los fantasmas mareantes me atacaban antes de dormir y no sabía que me pasaba, tan solo me aferraba a la luz del pasillo y a las voces y ruidos de la cocina.
Dormía con un ojo cerrado y otro abierto para vigilar la luz.
Mala antorcha la oscuridad. Mala compañera la soledad.
Después vino el terremoto que me dejó en herencia mas temor a las noches y a dormir para no despertar. Quizá entonces hasta los ruidos se convirtieron en una amenaza para mi. 
Estando un día en el recreo del colegio pasó un avión algo mas ruidoso de la cuenta y tuve una crisis de angustia pensando que estábamos en guerra y al momento llegarían las bombas.
Otro día estando castigado en el estudio de las siete de la tarde oí la sirena de los bomberos y comencé a temblar convencido que mi casa estaba en llamas. Salí corriendo y no paré hasta comprobar que todo estaba bien, sin fuego.
Y huí de los espacios cerrados como ascensores y sótanos.
Y evité las aglomeraciones de personas y cosas.
Era tan frágil que necesitaba siempre dominar la puerta de escape.
Pero tampoco sabía estar solo en grandes espacios abiertos.
Ni muy alejado de mi casa y de mi gente.
Hasta en las excursiones de fin de semana con los Montañeros lo pasaba mal y no disfrutaba como mis compañeros.
Y los curas se encargaron de alimentar otras clases de miedos espirituales y remordimientos diarios que estuvieron a punto de tumbarme.
Miedo a la oscuridad, a los ruidos, a la soledad, a estar encerrado, a viajar, a los aviones a lo desconocido...
Pero supe sobrevivir.
E incluso pude sobrellevar la terrorífica hipocondria de todas y cada una de las enfermedades mortales que padecí en mis años de estudiante de medicina.
No me quiero ni acordar.
Pero aquí estoy.
Y os aseguro que no fue por falta de cariño como cierta vez me insinuó un siquiatra cuando tuve ataques de angustia...
Ahora soy yo, muchos años después de ser aquel joven miedoso y estrafalario a quien tanto quiero y a quien tanto le debo.
Ya no tengo miedo.
Ahora soy yo.

Mi Destino

Revolotea un águila negra o quizá un cuervo en una térmica sobre mi cabeza. Se que me observa y me estudia, que cuenta mis pasos y sopesa mis bolsillos. Tiene paciencia y sabe mantenerse flotando en le aire sin apenas mover las alas. Debo dormir a cubierto en cuevas frías hasta llegar a mi destino. Debo entregarme a mi mismo como ofrenda a las diosas materialistas. Yo soy el cordero de ese dios pagano que rige los destinos del mundo. Yo soy yo y todo lo que ustedes quieran de mi. Yo tengo, luego existo.
Pero no puedo dudar en las encrucijadas del largo camino, si lo hago me perderé. No dudo porque mi destino -mi fin- curiosamente me viene dado por el vuelo rapaz de mi vigía, que sin darse cuenta me va marcando cual es el sendero que no debo seguir... el sendero que me llevaría al desfiladero, a las cataratas, al barranco pedregoso, al territorio de las hienas y de los buitres...
Y por eso
Sigo a la intuición que emana de mi corazón.
Sigo al calor de los cuerpos que me quieren.
Sigo al amor que me queda dentro.
Sigo al dolor purificador.
Sigo a mi soledad.
Sigo al mismo temor que me oprime la razón.
Creo que es el miedo a lo desconocido el que guía mis pasos y el que me acerca al fin del sufrimiento.
Esa es mi brújula.
Ese mi destino.