Antes de morir todos debemos tener un instante temporal eterno de recapitulación.
Un si pero no estoy vivo y que me muero ya mismito y tengo que dejar por una vez en mi puta vida vida que mi cerebro piense en lo que le de la gana.
Y mi absurdo cerebro de ser viviente de "vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero que muero porque no muero", en ese segundo último tendrá lucidez de agonía y verá lo que le espera.
Entonces como ya el tiempo no existe y solo somos nosotros y nuestros recuerdos -cerebros- podemos repasar una y mil veces cada segundo de nuestra existencia... llamemosle vida, o llamemosle muerte.
Hasta los ángeles mas bonitos de los catecismos más antiguos se asombrarán de nuestros pecados más veniales.
Y nuestro Juez Supremo -benévolo- perdonará nuestros olvidos y faltas, nuestras grandes y pecaminosas ofensas a Dios de Palabra, Obra u Omisión. Es el Redentor.
Yo he olvidado tanto mal que he hecho... Pero no he olvidado el Mal que he visto hacer a los demás. No puedo olvidarlo.
No se si peco por el mal que hago inconsciente o por no evitar conscientemente el mal que me rodea, el absurdo mal ajeno... que lo veo ante mis ojos y me callo y miro al otro lado...
Yo soy un absurdo cero a la izquierda en las cuentas del Bien y del Mal.
¿Donde los Santos?
¿Donde los Papas?
¿Donde los Angeles?
¿Donde los Justos?
¿Donde los Curas?
¿Donde los Hombres?