Matemos al mensajero y podremos depositar su cadaver ante la puerta de nuestros enemigos.
Un camino que habremos de hacer con un cadáver lleno de malas noticias, sin féretro ni ataúd que las pueda ocultar.
Malos augurios lloviznan nuestras ropas.
No nos bastarán todas las flores que arranquemos por el camino para disimular el olor a podrido de nuestros infame acto criminal.
Ni siquiera a la puesta de sol se difuminara nuestro rictus de terror irracional que adquiere la cara de quien quitó la vida a un inocente.
La noche no calla.
La tiniebla aúlla dentro de nosotros como un lobo solitario que nos recuerda - acúfeno sórdido - que ha sucedido.
Una lechuza blanca nos hipnotiza al pasar y nos obliga a recordar nuestra verdad.
La única verdad.
El miedo.