Por una ventana abierta a la noche despierta
murciélagos invisibles deseo sentir entre mis piernas y tu cuerpo
vampiros silentes que besen nuestros cuerpos desnudos
llenando de gozo nuestras meninges
y un destello de sangre en la sábana
y un recuerdo de lo que ya estaba olvidado
de aquello prohibido de horas tan cortas
y nubes tan gordas como algodones de ferias
y ruidos de fiesta y luces de psicodelia
y en la barra del bar lloraba el amanecer
teniendo tan cerca un poeta desconocido.
Murciélagos sordos éramos entonces.